Standardization of Nahuatl

M Launey mlauney at wanadoo.fr
Sun Jun 15 19:00:36 UTC 2014


Estimados listeros

Me da alguna vergüenza introducirme en una discusión bastante apasionada, que descubro fuera de casa y lejos de mis diccionarios. Lo hago porque mi nombre fue mencionado como posible perito en el caso de unificación de la lengua náhuatl, lo que me honra mucho, mientras otro listero rechazaba una intervención de no-nahuatlatos en tal proceso.

Ahora bien, no puedo jactarme de conocer la lengua más allá de la variante llamada clásica (cuya gramática he estudiado mucho), y un poco del náhuatl moderno de Milpa Alta / Tlacotenco (que efectivamente es poco alejado del clásico, pero que nunca conseguí hablar con presteza). 

Lo interesante en el debate es que contiene todos los argumentos que surgen en otros tiempos y otros lugares frente a los mismos problemas, que son dos: la búsqueda y creación de una forma común y normalizada para una lengua que existe en forma de variantes dialectales; y la revitalización de una lengua (o variante de lengua) que ya no es materna de nadie. Existe entonces un marco general para el debate, al que es útil referirse.

El primer problema se conoce en lingüística y sociolingüística como koiné, una palabra griega que significa “común”: la primera koiné conocida fue el griego de la antigüedad tardía, cuando el mundo griego estaba dividido entre muchas entidades políticas con sendas variantes dialectales. La koiné se elaboró poco a poco en los intercambios, y tuvo bastante éxito hasta ser transmitida a niños, volviéndose lengua materna (y fuente del futuro griego moderno). 

En los procesos de valorización de las lenguas minorizadas, la idea de una koiné es atractiva, porque unificar y normalizar la lengua facilita los intercambios y ayuda a su difusión escrita y a su enseñanza, llegando así a un estatuto más equilibrado con la lengua oficial. Pero hay dos riesgos: obligar los hablantes a conformarse con una forma más o menos alejada de su propio uso; y si la koiné es muy cercana (o hasta idéntica) a uno de los dialectos, dar una ventaja a los hablantes de este dialecto, en detrimento de los otros (la misma ventaja la tienen los hablantes de una vehicular). Estos dos temas aparecieron claramente estos últimos días en la presente lista, pero también pude observarlos en Europa (bretón, vasco, occitano, serbo-croata, reto-románico etc.), y en otras partes (criollos franceses de América, etc.).

En el caso del náhuatl, la idea de usar del clásico como koiné también es atractiva, por el prestigio histórico, la existencia de una tradición escrita, y una distancia (“linguistic gap”) no enorme con cualquier dialecto moderno, aunque se deba tomar en cuenta la ventaja otorgada a los hablantes de ciertos dialectos como Milpa Alta, que son formas evolucionadas del clásico (o de una variante del clásico, tomando en cuenta la objeción de John Sullivan), contrariamente a otras variantes, (Veracruz, Guerrero, la Huasteca etc.) que vienen de formas que carecen de documentos escritos en la época post-conquista. Entonces, la situación podría ser parecida a otro caso exitoso de koiné: el árabe moderno, lengua escrita y vehicular entre los diversos países árabes, basada en el árabe coránico, con algunas adaptaciones, como el aporte de palabras refiriendo a cosas o nociones modernas. Se habla el dialecto de cada país o región, pero la lengua oficial, usada en los intercambios y los documentos escritos; es la koiné árabe moderna.

Sin embargo, el éxito del árabe moderno es basado en dos datos que no existen en el caso del náhuatl: el poder político de los estados, con su diplomacia, sus medios de comunicación y de enseñanza, etc.; y el hecho de que el Corán es tan presente en la vida cotidiana de los árabes que su forma lingüística es bien conocida y respectada, lo que obviamente no existe entre los hablantes del náhuatl con el Códice Florentino u otros libros clásicos.

Por eso, la elaboración de una koiné náhuatl me parece poco posible en el estado dialectal de la lengua y las condiciones sociales y políticas de hoy, que por supuesto pueden evolucionar. Una de las evoluciones notables es que el conocimiento recíproco de las variantes va creciendo con los encuentros e intercambios entre hablantes, lo que tiene el mismo efecto comunicativo que si existiera una koiné, y por lo tanto esta koiné tampoco es muy necesaria. Y nunca trataré de convencer a los nahuatlatos para cumplir con el requisito de aprender y de usar de un náhuatl diferente del que hablan. Eso sería pura arrogancia.

Además, la idea de una misa en koiné náhuatl me parece contradictoria con la práctica general de la Iglesia, que es hablar de la manera más inteligible para los fieles. En el año 813, en el sínodo de Tours, los obispos recomendaban a los sacerdotes que pronuncien sus prédicas y homilías en “lengua vulgar” (= tal como se hablaba), y no en latín: en aquella época, la distancia entre latín y la “lengua vulgar” románica debía ser más o menos como la que existe hoy entre el náhuatl clásico y una buena parte de los dialectos modernos.

Por otra parte, nadie me detendrá de seguir interesado en el náhuatl, que es una magnífica creación cultural e intelectual – como cualquier lengua si quieren, pero de manera señalada – y que pertenece al patrimonio mundial, como otras grandes obras del ingenio humano. Uno de mis mayores placeres es dar a conocer esta lengua. Y mi apego incluye el respecto a los que la hablan, y que siguen transmitiéndola, como guardianes (más bien que como poseedores), en el interés de toda la humanidad.

Perdón por haber sido largo.

Atentamente

Michel Launey

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